Todos tenemos una faceta de nuestra personalidad que preferimos no mostrar. No se trata de maldad propiamente dicha, sino de impulsos, miedos, deseos reprimidos, características socialmente inaceptables. Se trata de una parte de nuestra psique que influye o moldea nuestro comportamiento y, obviamente, la interacción con el entorno.
Dicha acción ha sido conceptualizada por el psicólogo Carl Jung como la sombra: un lugar donde guardamos aquello que consideramos feo,inaceptable, socialmente, indeseable, bien sea por nosotros, nuestra familia o el entorno. Este lado oscuro puede manifestarse como impulsos agresivos, destructivos, que van desde la ira a la envidia silenciosa.
También se encuentran en este rango las inseguridades profundas como el miedo al rechazo, a no ser suficiente, a la soledad, así como los deseos reprimidos, ambiciones consideradas inmorales, pasiones que nos avergüenzan y comportamientos infantiles como el egocentrismo, caprichos y necesidad de control, pensamientos negativos con respecto a nosotros o quienes nos rodean, etc.
Desconocer esta sombra no la hace desaparecer, simplemente está en un segundo plano desde donde puede operar de forma más sutil y hasta destructiva. Al no estar conscientes de nuestra sombra, esta tiende a proyectarse hacia los demás, creando dinámicas complejas y muchas veces dolorosas. Reconocer nuestro lado oscuro no es sencillo, pero sí fundamental para llevar una vida más plena. No se trata de dar rienda suelta a los impulsos, sino de reflexionar sobre ellos.