Una guerra nuclear no acabaría con el ser humano, pero un invierno nuclear sí por un poderoso motivo

Una guerra nuclear no acabaría con el ser humano, pero un invierno nuclear sí por un poderoso motivo

Un conflicto nuclear a gran escala desencadenaría efectos climáticos de considerable alcance, superando los impactos directos. La teoría del invierno nuclear describe la inyección masiva de hollín y polvo en la atmósfera, que reduciría la luz solar durante años, aniquilando gran parte de la vida. La principal preocupación se centra en el impacto sobre la producción global de alimentos, que podría generar una crisis humanitaria sin precedentes. Para cuantificar este potencial desastre, científicos de la Universidad Estatal de Pensilvania (Estados Unidos) han realizado una investigación.

El estudio, de calado, utilizó el maíz (Zea mays) como cultivo «centinela», por su amplia distribución, para estimar los efectos en la agricultura. Se simularon escenarios de producción en 38.572 ubicaciones y bajo seis hipótesis de guerra nuclear, con inyecciones de hollín entre 5 y 165 millones de toneladas métricas. Los resultados, lejos de ser alentadores, dibujan un panorama de escasez global. Y es que la potencia de las bombas nucleares modernas es muy elevada.

Impacto desolador en la seguridad alimentaria

Los hallazgos de la investigación, publicada en Environmental Research Letterssegún Sciencealert, revelan una considerable reducción en la producción agrícola. Una guerra nuclear localizada, que inyectase 5,5 millones de toneladas de hollín, supondría ya una disminución del siete por ciento en la producción mundial de maíz. Un conflicto a escala global, con 165 millones de toneladas, podría recortar la producción hasta un ochenta por ciento.

El peor de los escenarios contempla un factor multiplicador: la disolución de la capa de ozono. Las explosiones atómicas generarían óxidos de nitrógeno en la estratosfera. Estos, junto al calentamiento del hollín, destruirían rápidamente el ozono, aumentando los niveles de radiación ultravioleta B (UV-B) en superficie. Esta radiación dañaría el tejido vegetal y limitaría la producción de alimentos.

El equipo estima que la radiación UV-B alcanzaría su punto máximo entre seis y ocho años después, resultando en una reducción adicional del siete por ciento en la producción de maíz. Esto elevaría la caída total de los cultivos a un 87 por ciento en el escenario más grave, lo que se traduciría en una crisis alimentaria global sin precedentes.

Las simulaciones sugieren que la producción mundial de maíz podría tardar entre siete y doce años en recuperarse, dependiendo de la severidad del conflicto. Generalmente, el Hemisferio Sur mostraría una recuperación más rápida que el Norte, y las regiones cercanas al ecuador antes que las próximas a los polos.

Aun así, los investigadores apuntan a posibles acciones que acelerarían la recuperación. El cambio a variedades de maíz que crezcan mejor en condiciones más frías y con temporadas más cortas podría reducir la pérdida de productividad hasta un diez por ciento. La prevención de un invierno nuclear sigue siendo, a todas luces, la opción más deseable.

El estudio también propone «kits de resiliencia agrícola». Incluirían semillas seleccionadas para adaptarse a las condiciones climáticas previstas tras un desastre. Dichos kits serían cruciales para mantener la producción de alimentos durante los años de inestabilidad, mientras cadenas de suministro e infraestructura se restablecen. Este concepto podría aplicarse a otras catástrofes.

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