Decir que el universo empezó a existir es conflictivo. Con el Big Bang comienzan a existir el tiempo y el espacio tal y como los conocemos, pero ya había algo; no nacen de la nada. Del mismo modo, aquello a lo que solemos llamar “fin del universo” no significa la aniquilación de todo tipo de materia y energía. Es, más bien, un momento donde el tiempo y/o el espacio también dejan de existir como los conocemos. Tal vez no sea el final del universo, pero sí de nuestro universo, si queremos clavar la bandera en un cosmos que nos desborda en todas las dimensiones.
Aclarado eso y haciendo la vista gorda con la semántica… ahora sí, podemos preguntarnos cómo “morirá” el universo. Cuál será el último episodio de este libro que empezó a escribirse hace 13.800 millones de años. Eso es lo que intenta responder la cosmología moderna, una de las preguntas más ambiciosas de la historia, el destripe definitivo: ¿cómo termina todo?
En un universo que se expande aceleradamente debido a la energía oscura, las galaxias se alejan unas de otras y el espacio “se crea” entre ellas. Si esta aceleración persiste, llega un momento en que las estrellas se apagan (agotadas sus reservas nucleares) y los procesos astronómicos dejan de ocurrir. La entropía alcanza su máximo, la temperatura se acerca al cero absoluto y la energía queda repartida de modo tan uniforme que todo se detiene: ni reacciones, ni ciclos, ni diferencias de calor. Es la muerte térmica, el final más “tranquilo” y el considerado más plausible por muchos cosmólogos.
Si la energía oscura no solo mantiene la expansión, sino que su densidad crece con el tiempo, su fuerza repulsiva podría superar a la gravedad en distancias cortas. Primero las galaxias se desharían, luego los sistemas estelares, después los planetas y, al final, los átomos mismos serían desgarrados. Imagina un tejido cósmico que se estira hasta deshilachar su propio entramado. Cuando las fuerzas electromagnéticas y nucleares no puedan ya contener las partículas, el universo se convertiría en una sopa de partículas subatómicas donde el cambio será imposible.
En el caso contrario, si la gravedad predomina y la densidad de materia supera cierto umbral, la expansión se terminaría frenando, se detendría para finalmente revertirse. El universo entraría en una fase de contracción: galaxias convergiendo y estrellas fusionándose en un colapso progresivo. En lugar de expandirse, todo el cosmos se encogería en un único punto de descomunal densidad, recobrando condiciones parecidas a las del Big Bang. Un proceso de aparente rebobinado donde, en realidad, el tiempo seguiría avanzando “hacia adelante”, a pesar de lo que ha especulado la ciencia ficción.
Este cuarto escenario es una continuación del Big Crunch, una hipótesis que sugiere que el colapso no acaba en un singular punto inmutable para toda la eternidad. Tras alcanzar la densidad crítica, seguiría habiendo fluctuaciones a escala cuántica (muy diminuta) y, una de ellas, podría conducir a un nuevo Big Bang, dando lugar a otro ciclo de expansión. Un universo oscilante, que late como un corazón cósmico: expande, contrae, expande…, en un perenne retorno donde cada ciclo podría tener ligeras variaciones físicas. No obstante, a medida que nos alejamos de la muerte térmica, todos estos finales son, cada vez, más especulativos.
Muy distinto a los anteriores, este escenario parte de la existencia de que el vacío que experimentamos en algunos lugares de nuestro universo no es puro, es un “falso vacío”. En él sigue habiendo energía y, por lo tanto, es inestable frente a un “verdadero vacío”. Si en algún rincón del cosmos surge una burbuja de verdadero vacío, ésta podría expandirse a la velocidad de la luz, reconfigurando las constantes fundamentales de la física a su paso o, quizás, borrándolas. Las partículas cambiarían sus propiedades, las fuerzas ya no obedecerían las mismas leyes: el universo se desmoronaría desde adentro, sin aviso, como si estuviéramos en Fantasía, de la Historia interminable.
Cada una de estas visiones parte de teorías bien fundadas, pero, a la vez, de incógnitas fundamentales: la naturaleza precisa de la energía oscura, la distribución real de la materia oscura y bariónica, y el comportamiento cuántico del espacio-tiempo a escalas extremas. A día de hoy, seguimos sin saber con total certeza cuál de estos finales (si acaso alguno) nos aguarda, pero representan las mejores respuestas que la cosmología puede ofrecer. Aunque, si atendemos a la información que sí creemos tener sitúa a la muerte térmica en cabeza con una enorme ventaja.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Aunque los modelos cosmológicos nacen de datos observacionales y teorías testadas, buena parte de sus conclusiones se basa en extrapolaciones más allá de lo medible. La energía oscura y la materia oscura (que dominan el 95 % del cosmos) siguen siendo enigmas. Antes de dar por cerrado cualquiera de estos “fines”, recuerda que la ciencia avanza corrigiendo supuestos e incorporando sorpresas: quizá exista un factor aún no considerado que cambie por completo el destino final. Nuestras mejores conjeturas pueden ser, simplemente, la antesala de un nuevo e inesperado descubrimiento, aunque, mientras tanto, conviene saber quién es el caballo ganador.
REFERENCIAS (MLA):
- Ryden, Barbara Sue. Introduction To Cosmology. Cambridge University Press, 2017.